viernes, 29 de enero de 2010

El tiro del final

Tras la muerte del profesor Birly, es nombrado profesor de la Maternidad de la clínica de la Universidad de Pest, y en este momento tiene realmente el poder (al menos en esta maternidad) para imponer sus reglas de higiene. Así, Ignaz Semmelweis impone la obligación incontestable de la higiene y a partir de la imposición de estas reglas de higiene con estricto rigor, en esta maternidad desaparece la mortalidad por sepsis puerperal (si nos atenemos al rigor de las estadísticas, deberíamos decir que "prácticamente" desaparecen, porque son un porcentaje tan bajo que no es digno de mención).

 

Pese a esta estruendosa victoria, los médicos más antiguos son reacios a reconocerle su descubrimiento. Incluso de burlan de los que tienen la obligación de cumplir con la norma. Por supuesto, Ignaz se enoja, se pelea con ellos, los insulta, y crece el desprecio mutuo asi como crecen los problemas y las tensiones. En franca confrontación Semmelweis escribe una carta abierta a los obstetras en donde dice claramente y sin ambigüedades que los que no quieran seguir sus reglas son asesinos, que son sus adversarios absolutos quienes se opongan a esto y cerrando esta verdadera declaración de guerra con el establishmen médico dice que siendo ellos criminales deben ser tratados como tales y que son ellos las verdaderas epidemias en los hospitales.

 

La guerra que desde hace tiempo lleva adelante esta ahora abiertamente declarada. Su intención de ganar es por el bien de la humanidad (nada más ni nada menos). Ignaz intenta que las parturientas en particular y los enfermos en general no mueran solo por el hecho de ser atendidos por un médico. Lo más desesperante es el caso de las mujeres embarazadas, ya que son las únicas personas que entran al hospital para ser atendidas sin estar enfermas. O sea, dicho de otra forma, las mujeres parturientas entraban sanas al hospital y allí morían.

 

Este conflicto bélico empeora con el tiempo e incluso su situación pública se degrada. Se lo acusa públicamente de grosero, de mentiroso, de falsificador científico. Ante su insistencia se lo acusa de loco, e incluso comienza a haber historias que se crean alrededor de él sobre su locura. Ignaz, en esta guerra que lleva adelante, decide que si los médicos no querían lavarse las manos en el hospital, lo mejor era que las embarazadas no vayan allí y pega carteles en las paredes de la ciudad en donde advierte a los esposos de mujeres embarazadas del riesgo de muerte que corren las mujeres si acuden a ver a los médicos. Y le dice a cada persona que puede que los médicos que no siguen normas de higiene son criminales. Por esta época, también, tiene un incidente con un colega al que se le muere su paciente semanas después del parto con altas fiebres y al que Ignaz llama asesino frente al reciente viudo, e incluso le dice al viudo que si el parto se hubiese producido en la calle la mujer hubiera tenido mas posibilidades de vivir que con este tipo de médicos. 

 

Ignaz ha ido ya demasiado lejos. Es sorprendido y golpeado en la calle. Pero no escarmienta. Es amenazado de muerte y comienza a tener miedo, sin por esto dejar de sostener e insistir en su teoría. Sus temores y sus desconfianzas debido a las amenazas acrecientan la idea a los ojos del resto de que esta loco y así por influencia de un gran médico de la época, es internado en un asilo para dementes. Si en aquella época, en Hungría, no era bueno ir a la sala de partos, ni les cuento de ir a un asilo para locos. Muy lejos estaban de los franceses y sus "teorías morales" para tratar a los locos como si fueran también gente. El director del asilo tenía el poder de determinar hasta cuando se quedaba el demente y las torturas… perdón, el tratamiento a seguir. Así que una vez allí es sometido a distintas terapias de cura: sumersión en agua helada, es batido a golpes con frecuencia "para que se cure de su locura" y se lo mantiene encerrado y con cadenas. Por aquella época se internaba también a mendigos, asesinos, huérfanos y demás bichos raros, así que los escasos paseos por el patio no eran de lo más apropiado para un científico.

 

Un día de abril de 1865 mientras es batido a golpes por unos enfermeros Ignar Semmelweis tiene una revelación: ha perdido la guerra. Esta guerra que quería ganar, no para la gloria personal, sino para salvar vidas… pero ellos han ganado. Luego de recuperarse de los golpes Ignaz entra en razón y reconoce ante los médicos para enfermos mentales que su teoría esta equivocada y que no existen justificativos científicos para sostenerla.

 

Luego de esto, los médicos hacen el certificado en donde mencionan síntomas de mejoría, que le permiten a Semmelweis tener el derecho a un paseo por la tarde. Una vez en libertad. Ignaz aprovecha para entrar en el pabellón de anatomía donde, delante de los alumnos, abre un cadáver y utiliza después el mismo bisturí para provocarse una herida.

 

A todo esto, su exprofesor Skoda se entera de los sucesos y acude vertiginosamente a Budapest en auxilio de su alumno, pero solo llega para encontrar a Semmelweis con los mismos síntomas que los de las mujeres que tantas veces él vio morir, y así fallece a los 47 años en brazos de su profesor tras tres semanas de fiebre y dolor.

 

                                                          

 

Años mas tarde, a finales de este mismo siglo Luis Pasteur, Robert Koch y Joseph Lister demostrarán inequívocamente la naturaleza etiológica de los procesos infecciosos.

jueves, 28 de enero de 2010

Barranca abajo

Sin trabajo, sin el reconocimiento (ni siquiera el respeto) de sus colegas, y con la poderosa influencia del Doctor Klein para que ningún hospital lo emplee Ignaz Semmelweis vuelve a su ciudad natal. Allí se encuentra con un detalle no menor: es 1848 y Hungría no esta ajeno a lo que la Historia llamo "La Primavera de los Pueblos", o "El año de las Revoluciones" y su ciudad natal esta en plena revolución húngara.

Un país que es un caos y él sin encontrar como hacer para ejercer la medicina a causa de su polémica teoría sobre la higiene necesaria y obligatoria. Pasa el tiempo e Ignaz comienza a desesperarse: nadie le abría las puertas de ningún trabajo. Así es como consume todos sus ahorros mientras sigue intentando que algún hospicio lo emplee.

Meses después lo encuentra su amigo Markusovsky viviendo en la miseria, flaquísimo, muerto de hambre y con un brazo y una pierna fracturados. Markusovsky intercede para que la Maternidad de San Roque de Budapest lo acepte, a condición de que no insista con sus polémicas teorías, y allí pasará los próximos años escribiendo en secreto su principal obra: De la etiología, el concepto y la profilaxis de la fiebre puerperal.

 

miércoles, 27 de enero de 2010

No hay peor ciego ....

Pese a estos extraordinarios resultados, Semmelweis se encontraba en un medio recalcitrante (por aquella época, el medio de la salud lo era, pero por suerte supo evolucionar y ahora no tiene nada de obstinado o aferrado a conductas atávicas) y sea por vanidad o por envidia, los principales cirujanos y obstetras europeos ignoran o rechazan su descubrimiento. Incluso llegan a afirmar que no es posible reproducir los resultados de su experimento, y que había falseado las estadísticas obtenidas. Solo cinco profesores le mostrarán apoyo público: Skoda, Rokitansky, Hébra, Heller y Helm. Pero pese a estos cinco grandes profesores que lo apoyan, el doctor Klein interviene y emite su opinión desfavorable, e incluso ridiculiza a Ignaz y Semmelweis es nuevamente expulsado.

Supongo que a ustedes, hoy en día, les parece una tontería, o algo de ignorantes, rechazar el simple gesto de lavarse las manos. Bueno, uno de los médicos que acabo de nombrar, el doctor Hebra dijo "Cuando se haga la Historia de los errores humanos se encontrarán difícilmente ejemplos de esta clase y provocará asombro que hombres tan competentes, tan especializados, pudiesen, en su propia ciencia, ser tan ciegos, tan estúpidos".

 

El inicio de una obsecion

Ignacio Felipe Semmelweis fue insistiendo cada vez mas en el tema de la higiene, hasta que se volvió una obsesión, un acto que insistía en repetir varias veces por día a sus subordinados y pares. Todo el mundo se empezó a enojar con él y bastante fastidiados con esta insistencia lo comenzaron a ignorar o tratar de mala forma. Los superiores directamente ignoraban este consejo como si fuera nada. Esto lo empezó a ofuscar cada vez más, y comenzó a exigir a los gritos el acto de lavarse antes de ver a un paciente, incluso llego a gritarle al director, el doctor Klein, para que este cuide las normas de higiene que según él correspondían.

En una carta a este respecto Semmelweis le confeso a su amigo Markusovsky: "No puedo dormir. El desesperante sonido de la campanilla que precede al sacerdote portador del viático, ha penetrado para siempre en la paz de mi alma. Todos los horrores, de los que diariamente soy impotente testigo, me hacen la vida imposible. No puedo permanecer en la situación actual, donde todo es oscuro, donde lo único categórico es el número de muertos".

 

Terco como era, y enemistado con casi todo el medio de la salud por sus ya categóricas (y muchas veces agresivas) exigencias de higiene, hace instalar lavabos a la entrada de las salas y prohíbe la entrada a la sala de partos de quien no este correctamente higienizado. Uno de sus jefes entra en la sala sin cumplir con la norma que él había impuesto y lo hecha con suma violencia tratándolo de criminal y lo saca a empujones. Estamos en la primera mitad del siglo XIX y la autoridad médica no le perdona este insulto. Es convocado por el director y se le exige que demuestre científicamente porque deberían lavarse las manos, pero Luis Pasteur aun no había publicado la hipótesis microbiana e Ignaz F. Semmelweis no puede sustentar sus exigencias. El doctor Klein se niega a aceptar una medida tan ridícula como la de los lavabos así como tampoco la insubordinación del joven médico y lo despide intempestivamente.

 

Vaga un año sin empleo ni rumbo fijo, y es después de esto que su exprofesor, Skoda, le consigue trabajo en la sala del doctor Bratch. Es en este periodo que obliga a los estudiantes a higienizarse con cloruro cálcico y extiende la práctica del lavado con cloruro cálcico a cualquiera que vaya a examinar a las embarazadas, consiguiendo en aquella época que la mortalidad descienda nada mas ni nada menos que a un increíble 0,23%.

martes, 26 de enero de 2010

El inicio

 

El padre del joven Ignaz se vio defraudado cuando su hijo desistió de la carrera de abogado en la que él lo había anotado y cambio esta carrera por la de médico. Tiene la suerte de estudiar con tres de los mejores médicos de Viena y él mismo es un estudiante brillante. Ya licenciado en medicina trabaja con uno de sus maestros dedicado al estudio de la infección en la cirugía. Dos años después obtiene el doctorado en obstetricia y es nombrado (con tan solo 28 años) asistente del profesor Klein (quien era, también, el director del hospicio) en una de las maternidades del Hospicio General de Viena.

 

Esto iba a ser no solo el inicio de su carrera profesional sino también de un largo enfrentamiento y el de una obsesión que iría en un crescendo devastador.

 

Lamentablemente para Semmelweis su superior, el doctor Klein, había reemplazado al doctor L.J.Boër, quien aplicaba normas de higiene en la maternidad. Cuando Klein lo reemplazo, hizo que se abandonen estas normas, que él consideraba absurdas, y así consiguió que la mortalidad que había sido reducida a un 0,9% subiera al 30 %.

 

Cuando Ignaz Semmelweis llego al servicio de maternidad del Hospital de Viena, observo con preocupación como había subido la tasa de mortalidad entre las parturientas, que fallecían entre fuertes dolores, una fiebre alta y un intenso olor fétido. Por aquella época el hospital disponía de dos salas de partos. En la primera, la mortalidad media era del 30%, pero a comienzos de 1846 se elevó al 96% de parturientas (les observo que estamos hablando prácticamente de la totalidad de las parturientas). Semmelweis, comienza un estudio para ver la diferencia entre las dos salas. En la primera, dirigida por el doctor Klein, los partos eran atendidos habitualmente por los estudiantes de medicina, que atendían a las mujeres después de sus clases de medicina forense. En cambio en la segunda sala, dirigida por el doctor Bartch, las mujeres eran atendidas por matronas, pero cuando los estudiantes visitaban esta sala, aumentaba la mortalidad. Supuso (correctamente) que los estudiantes y médicos que venían de examinar cadáveres deberían portar en las manos algún tipo de sustancia putrefacta que contagiaba a las parturientas.

El doctor Klein no está de acuerdo con las conclusiones de Semmelweis ya que él tenía sus propias teorías acerca del problema:

·        la primera estaba referida al "miasma" (que en la época se definía como una emanación nociva que se suponía desprendían los cuerpos enfermos)

·        la otra era la brusquedad de los estudiantes a la hora de realizar los exámenes vaginales (imagínense ustedes a las pobres mujeres de la época, con esos instrumentos en sus partes intimas y ¡tratadas por estos estudiantes!);

·        y la tercer teoría era el hecho de que la mayor parte de los estudiantes eran extranjeros (les observo que esta teoría la dice Klein en Viena que si bien esta a orillas del Danubio, esta en Austria, y que Semmelweis había nacido en Buda, que es Hungría).

Imagínense a este pobre joven médico húngaro con esta teoría de higiene, insistiéndole sobre éstos tópicos a todos sus colegas (muchos de ellos superiores) en una época en la que aún se desconocía el contagio microbial (aunque él lo intuyó). El estamento médico oficial lo ignoro olímpicamente y casi todos los obstetras de la época menospreciaron y rechazaron públicamente las propuestas de Semmelweis. Piensen que en este contexto académico, quiero observarles bien: con casi todo el grupo de médicos superiores en cargos en su contra, con colegas que lo rechazaban, así, a través de su propia línea de investigación, desarrollará Semmelweis su trabajo apenas cuatro años después, en la misma Maternidad de Viena que aún dirigía el Doctor Klein.

Pilatos: un precursor?

Mi mujer, primero, insistía siempre en que me lave bien las manos.  « ¡Por lo menos treinta segundos! », me remarcaba cuando yo estaba en dicho proceso. Muchas otras veces me contó la historia del médico que antes que Pasteur, ya intuía eso de los microbios e insistía con el lavado de manos. Tal vez ella es un poco fanática, y encima viene insistiéndome también en que escriba de esto en el blog.

 

Bueno, como entré en un terreno médico en el artículo anterior, continuo y saldo la deuda con mi mujer (pero antes de empezar me voy a lavar las manos).

 

Para contarles esta historia, tienen que permitirme que los lleve en el tiempo y en el espacio, las coordenadas son el actual Budapest. Una vez allí nos remontamos en el tiempo hacia principios del siglo XIX. Encontramos allí, en el antiguo Pest que vivía un médico oriundo de la otra orilla del río, de Buda. Estas dos ciudades que luego se unirían y formarían la "Perla del Danubio". Su nombre es Ignaz (Ignacio) Semmelweis.

 

Este hombre (pregunta al margen: ¿se puede llamar hombre a un médico?), y esto es siempre de acuerdo a lo que me contó mi esposa, rebajó del 96% a mucho menos del 1% la mortalidad de las mujeres que daban a luz en su servicio de obstetricia, por el simple hecho de lavarse a fondo las manos antes de atender los partos y guardar normas higiénicas elementales en el tratamiento médico de auscultación y operatorio.

 

Prepárense, entonces, para leer una historia increíble y para modificar su actitud con respecto a la profilaxis básica.

domingo, 17 de enero de 2010

“Doctor, un caballo lo esta esperando”

Hoy en día, me contaba un médico generalista semi-retirado (si se me permite la expresión), los jóvenes no vienen a ejercer la medicina a lugares como este. Me hubiese gustado corregirle y decirle "las artes médicas", y más me hubiese gustado corregirle y decirle que los jóvenes médicos ni bien salen de la facultad van a ejercer el santo oficio de la medicina a lugares necesitados. Pero no es así. Hoy en día se gana más y se obtiene mas prestigio sumando puntos en ciudades y esto pare ser lo que mas importa. Tal vez nuestro sentido común comparte la idea de que todos necesitamos médicos y que debemos tratarlos de lo mejor y proponerles atractivos dignos de ellos. Pero en nuestra estrecha forma social, a los médicos de las grandes ciudades se los trata muy por encima de sus colegas de pueblo.

 

Quisiera contar una historia que uno de estos médicos rurales me contó, que muestra hasta que punto se ejercía las artes médicas con sacrificio y poniendo una cuota de humanidad enorme.

Por aquellos tiempos no había teléfonos móviles, ni siquiera había teléfonos de línea en todas las casas. Algunos pueden pensar que se trata de la prehistoria, pero no, esta historia se sitúa hace unos 35 años, en los Pirineos, en un pueblo de frontera. El caso es que comenzaba a caer la noche y estaba en la última consulta del día cuando un llamado de un pueblo vecino lo sorprende, del otro lado de la línea le dicen que tenían a la nena con fiebre y que no sabían que le pasaba.

Nuestro héroe sube a su coche con el que llega a la frontera. Por aquella época las fronteras se cerraban de noche. El cierre consistía en bajar una barrera sobre el camino y poner un candado. Así que deja el auto allí, pasa por debajo de la barrera, donde toma un coche hasta un cruce, en donde lo estaba esperando un caballo ensillado. Sube al caballo y comienza a hacer camino en los Pirineos hasta la casa en donde estaba la niña enferma. La ausculta, y da el diagnostico. La mujer le señala lo tarde que era y lo invita con algo para tomar. El padre le comenta que bajó con los dos caballos al pueblo para usar el teléfono del bar para llamarlo y dejar un caballo en el cruce mientras comparten un té en la cocina. Este médico no puede llamar a su casa ni se puede ir, porque tampoco lo podrían llamar de urgencia si hay una recaída. Así que allí pasa la noche, haciendo los controles a la paciente cada hora y charlando con los padres en la cocina. El día llega, la niña esta mejor, y nuestro protagonista hace el camino de vuelta. Llega a su pueblo sin aplausos ni recibimientos pomposos. Toma algo, se recuesta unas poquitas horas y recomienza su trabajo diario en el consultorio, comprando dos ejemplares del mismo diario para la sala de espera.

sábado, 16 de enero de 2010

Cliche

Una foto un poco cliche, pero casi diria obligatoria de Saint Jean

Rojo picante

Si agrandan la foto van a poder observar que lo que cualga son ajies (pimientos para los españoles). Como para que no falte en la comida !

Nive

Esta es otra vista del Nive que habla tambien de lo lindo que es Saint Jean Pied de Port.

Tartamudo

Esto es lo que pasa cuando un tartamudo dice el nombre del comercio al letrista.

Cuando no se quiere a un actor

No se por que razon (no digo que no las haya, sino que sobran y, yo no se cual de todas es la razon) mi mujer detesta profundamente a Chuck Norris, actor karateka que parece haberse puesto ese nombre con la onomatopeya de un golpe de karate en una tabla.
Yo soy mas tolerante y he visto las peliculas de este pesimo actor y modestisimo karateka (si lo medimos con los grandes... incluso con los no tan grandes). Lo que llevo a Chuck Norris al existo es que nacio en los Estados Unidos de Norteamerica. Los norteamericanos eligen que los heroes sean parecidos a su forma fisica. Por eso no le dieron a Bruce Lee el papel de Kwai Chang Caine (artista marcial superlativo) y se lo dieron a un David Carradine mucho mas norteamericano que Bruce Lee, aunque, claro, tan pero tan pesimo artista marcial que hasta se nota cuando lo ven los que ignoran todo sobre artes marciales.
 
Volviendo a Chuck Norris, dire que los chistes (Chuck Norris facts) son lo mejor que salio a partir de él. Parece que alguien quiso evocar esos chistes y confundio las letras en el afiche. Una lastima.
 

Euskal pilota

He aqui un deportista. Una persona que va del trabajo en la panaderia directamente a hacer deportes. lo denuncia la cesta que se utiliza para este juego. En mi barrio de chico, iba con mi familia comer a un restaurante vasco que se llamaba Beti Jai. Ni bien terminaba de comer me iba a ver los partidos de pelota vasca que se hacian en el club vasco que estaba al lado. Mas grande iba a jugar al futbol con mis amigos a un club que se llamaba Jai alai. Yo pensaba que Jai alai era el nombre del juego de pelota vasca, pero luego me entere que era una variacion del mismo. Justamente es este que qe juega con una cesta.
Lo lindo es que Jai alai quiere decir "juego alegre" o divertido. Una linda filosofia para entretenerse jugando, con ese solo objetivo.

Otra forma de señalar el horario

Un poco mas ambigua, pero clara. Despues de todo, todo el mundo conoce el horario de la siesta. Bueno, casi todo el mundo.

jueves, 14 de enero de 2010

Fabrica

Este es un comercio de macarons, muy distintos a los macarons que probamos en Nancy. Lo curioso es que alli en Nancy nos habian dicho que los macarons habian nacido en ese lugar, incluso hay un museo que se puede visitar, al respecto. Y una boutique en donde se puede comprar los originales (y asi lo hicimos y degustamos). En Saint Jean Pied de Port nos dijeron que los macarons vienen de Saint Jean de Luz, que esta ahi nomas, en la costa y que esto esta documentado porque fue para las bodas de Luis XIV con Maria-Teresa de españa que un patisier las hizo. Y todo esto paso mas de un siglo antes que las hermanas macarons las hagan en Nancy, incluso antes que lo hagan las religiosas carmelitas.
Como el casamiento de este Luis (cuando uno no sabe algo de la Historia de Francia se lo puede atribuir a algun Luis, es un recurso valido y que obtiene siempre resultado) fue hacia 1660, y tenida cuenta de la epoca, personalmente, yo me inclinaria a pensar que los macarons entraron a Europa por Venecia. Venecia aporto una enormidad de cosas a Europa, y yo buscaria por ese lado.
 
Lo que me llamo la atencion no fue el sabor distinto de los macarons, sino que a diferencia del comun general, el cartel señala el horario de abertura por defecto, o sea las horas en que esta cerrado.Amen de la precision que propone en dichos horarios. Como para que uno llegue justo justo.

Antiguo

Uno de los frontispicios de una casa que denuncia un poco antiguedad de su construccion

Transporte

Durante gran parte del Camino de Santiago es posible alquilar burros. Estos burros recorren el camino cargando los elementos que los peregrinos creen necesario transportar. En realidad, los burros son tambien peregrinos y posiblemente, como Atta Troll, ellos creen en un "dios burro" a imagen y semejanza de ellos y relizan el peregrinaje en busca de ese camino interior a hacer para encontrar la paz espiritual necesaria.

Simbolo

Me gustaria que los lectores suspicaces me expliquen que significa este simbolo con el que el alcalde de Saint Jean eligio decorar la ciudad. Habra que convocar a el autor de Codigo Davinci?

Ciudadela

Esta es la ciudadesla intra muros. Una linda postal de lo que era Daint Jean en otra epoca.

Muro;

Por esas ventanitas que ven a la izquierda es por donde los guardias disparaban y repelian el ataque enemigo.

Muro

Con el crecimiento de la poblacion sobrevino el problema de la altisima densidad de estas ciudades amuralladas y sus consecuencias sociologicas, y la "desproteccion" de quienes vivian afuera.
En algunas ciudades se derribaron los muros, en otras se los entregaron al olvido.

Ronga

Y asi se vigilaba el muro, aceptando todo el mundo que el peligro estaba en el exterior, y que dentro del muro estaban todos protegidos. Es la ventaja del hacer un muro: uno elige creer que hay de cada lado. De un lado del muro estan los norteamericanos, del otro los latinos. De un lado estan los israelies, del otro los palestinos.
Es el principio de encerrar a los locos detras de los muros del hospicio. Si alli estan los locos, luego, afuera estamos cuerdos..... Pero me fui de tema.
 

Vigilancia

Como vieron en la foto anterior, las ciudades antiguas estaban amuralladas. Estas murallas estaban vigiladas por personal armado. esta es parte de la ronda que hacia este personal;

martes, 12 de enero de 2010

Saint Jean.

Una de las entradas al casco historico, donde esta el Camino de Saint Jean.

Saint Jean

Vista de Saint Jean Pied de Port

domingo, 10 de enero de 2010

La fiesta de los sentidos

Para musicalizar mientras leen: http://www.youtube.com/watch?v=SthisoeSjBM

 

¿Acaso existe amor más sincero,

o pasión mayor,

 que el amor que nos proponen los sentidos?

Herr professor, en su etapa de escritor irlandés.

 

"Elegimos ir" es una frase, un cliché, que podría emplear para comenzar a contar las fiestas que pasamos en Saint Jean Pied de Port. Es solo una frase, porque en realidad debería decir que no cabía otra posibilidad. Eñaut nos había invitado, a esto se agregaba la presencia de Béné y no había más que decir: allí estaríamos.

El TGV voló de Paris a Biarritz en uno de los mejores viajes que hemos hecho. Justo cuando se comenzaban a dibujar las siluetas de los Pirineos descendimos del tren. Solo habíamos hecho unos metros en suelo vasco cuando comenzó el primer brindis. De allí, con Eñaut al volante, pasamos a serpentear en la ruta hacia nuestro destino.

Algunos se pueden burlar de mí, diciéndome que solo soy un teórico. Otros podrán decir que solo hablo del gusto por la comida, la bebida y (a veces) del buen tabaco. Pero quienes me conocen saben que no solo hablo, ni solo soy un teórico del tema, sino que ejerzo con excesiva generosidad (esto es según mi médico y no mi apreciación personal) este gusto por deleitar los sentidos.

Ya me deleitaba de chico con platos que hacían mis abuelas, aromas, sabores texturas… platos que por otro lado hoy están en extinción o ya extintos. Esa forma de cocinar llamada "casera", en donde los platos se van haciendo de a poco y tienen un gusto tan particular, en donde el conservante no existe y las proporciones son reguladas por los dedos y criterio de quien lo hace. Criterio que nos educa, nos convence y nos da gusto.

Con eso nos encontramos en "Saint Jean". Comienzo con la comida. Con las numerosas comidas que realizamos en Saint Jean Pied de Port, donde uno de los condimentos principales de la receta, con la comida ya servida, fue las gratísimas discusiones (en donde tal vez me cedieron demasiadas veces o demasiado tiempo, la palabra). Conversaciones teóricas sobre, justamente, la comida, mientras degustábamos foie gras hecho a unos metros (en la cocina, claro). Los vinos comenzaron a circular y llego la comida principal, obviamente un manjar: pato condimentado con unas especies que el vino me perturbo de memorizar. Luego el plato de quesos. Quesos en los que el anfitrión nos contaba su historia, donde lo había comprado, por qué….  Todo esto con el crepitar de la chimenea a leña (podía ser de otro modo) mientras que por la ventana se veían los Pirineos y el frío del invierno.

Así, de esta forma, en Saint Jean Pied de Port tuve el mejor ejemplo del Arte de la Buena Mesa de forma casi banal. De condimentos que enriquecen, no ya la comida (imposible de hacerlo) sino la mesa: discusiones sobre artes varios, de algunas ciencias, de libros, de autores, pero siempre con el mismo leitmotiv de fondo, esa filosofía que nació en Francia en otro siglo y que hoy en día parece ser conocida por muy poca gente: "le savoir vivre".