miércoles, 2 de septiembre de 2009

Sobre Amadeus, sobre Mozart y otros etceteras...

V

Si vieron la película Amadeus deben haber quedado impactados por los finales, cuando en plena agonía Mozart dicta al viejo Salieri el Confutatis de su Requiem. Y luego, el joven genio muere antes de terminar su obra máxima, en brazos de su antiguo rival… Cine, obviamente, porque la realidad fue distinta.

 

Es cierto que las condiciones de la creación del Requiem en Re menor son un tanto obscuras y que Mozart quería terminar su Requiem, pero yo me arriesgo a pensar que más que para la gloria quería terminarlo para recibir su paga ya que había un encargo, nada misterioso (como propone el film) del Conde von Walsegg.

 

Hacia julio de 1791, Mozart termina "La Flauta Encantada" en condiciones físicas y financieras penosas. Acababa de recibir un pedido de una opera que el debía escribir en tres semanas (La Clemencia de Titus) cuando recibe a un emisario del conde von Walsegg que deseaba una misa en memoria de su difunta esposa. Pero ese Requiem comenzado por Mozart en otoño de ese mismo año no pudo ser terminado por él mismo.

El nombre de quien había hecho el encargo de la obra fue escondido por mucho tiempo por su esposa Constanza, tanto como las colaboraciones que contribuyeron a la terminación de la obra, temerosa ella de ser pagada (ya que sus problemas financieros no mejoraron con la muerte de su marido).

 

El inconveniente que tiene la obra es que es que su estructura, su forma, es fija. Entregar una obra de este tipo sin terminar es evidente, pero la ventaja es que uno sabe bien que es lo que falta escribir para terminarla.

 

Cuando Mozart muere, su viuda le confía la obra inconclusa a uno de sus alumnos, Josef Eybler. Basándose en los esquemas y líneas generales que había dejado el autor, su alumno consigue darle forma a Dies Irae hasta Lacrimosa. Luego abandona el proyecto, disculpándose ante la viuda y explicándole que la culminación de la obra lo depasaba en capacidad. El abad Maximilian Stadler toma el relevo y con gran esfuerzo y dedicación  instrumenta el Offertorium antes de tirar la esponja y abandonar también el proyecto, disculpándose porque la obra era demasiado para él.

Lo llaman luego a Süssmayer, otro alumno de Mozart, que un tanto menos devoto que Eybler, tal vez se atreva a terminar lo que resta. Él va hasta el final y firma "Mozart". Listo. Se hizo.

 

Si bien la obra fue terminada, el conde contento (o debería decir mejor "acongojado"), y Constanza que embolsa el resto de la paga, hay que señalar que mas tarde, generaciones de musicólogos se desgarrarían las vestiduras, aunque los cabellos también, durante los siglos siguientes para determinar quien hizo qué.

 

Hay una curiosidad para contar. Existe otro "terminador" de la obra, que insistió de motus propio y sin que nadie se lo pida, el agregar su ladrillo al edificio. Un tal Neukomm, compositor y director de orquesta famoso en la época. Fijándose demasiado en la tradición, este buen hombre deplora la ausencia de un Libera me final en la obra. Así que sin ningún tipo de complejo, este buen hombre le agrega uno de su propia composición y la ejecuta el 19 de diciembre de 1819. Y esa fue la única representación que se hizo en vida de este "terminador". Luego se la ejecuto como curiosidad dos veces en el 2005 en Sarrebourg y en el 2006 en Liévin.

 

 

Queda por decir que Mozart escribió los dos primeros movimientos y dibujo las grandes líneas del resto, dejando una parte del material (partes vocales, bases cifradas).

 

En honor a este gigante y a ese monumento inmenso que es el Requiem hay que decir que las partes mas remarcables de la obra, me refiero al Recordare, fueron integralmente escritas por Mozart. Y del resto, incluso si no fue escrito por Mozart integralmente, le corresponde plenamente la gloria, por la intensidad dramática que se mantiene a lo largo de la obra y su energía vehemente, que fue esquematizado y marcado en líneas generales por el genio de Mozart.

 

Una cosa es segura, nadie puede escuchar esta obra sin sentirla intensamente. Y es realmente difícil no acongojarse, no conmoverse profundamente con el Requiem, que nos aprieta el corazón y lo sostiene así hasta que nos libera en el final.

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