domingo, 18 de marzo de 2012

Medir el tiempo

El tiempo que ayuda a definirnos, el tiempo que nos es dado para bien o para mal. Ese tiempo inasible que nunca dominamos.

Hace algún tiempo el sol y la luna eran lo que definían el ritmo. Más tarde fue el calor, el frío, las lluvias, o el momento en que todo florecía.

Luego con elementos de medición vinieron las exactitudes, hasta tal punto que pretendieron medir lo más pequeño.

 

Cuando aparecieron ingenios mecánicos para medir, y fragmentar el tiempo comenzaron las definiciones: hora, minuto, puntual, impuntual, retrazado, adelantado… Pero había un problema: no existía una hora única. Porque aunque les parezca extraño, no hace mucho, podía haber diferencias de varios minutos, y hasta de media hora de un pueblo vecino al otro.

 

Para ponerse de acuerdo comenzaron a sincronizar relojes con el paso del tren (de allí lo estricto del jefe de estación y el maquinista con los horarios mismo). Pero había pueblos en los que el tren no pasaba y había otros en donde pasaba con la frecuencia necesaria para que todos los mecanismos de relojería de un pueblo de desincronicen.

Así, más de un pueblo entero llegaba tarde (el peor de los casos) al tren con las críticas que recibían los ferroviarios de la época. Pero esto ya es otra historia.

 

El caso es que había diferentes horas en diferentes lados, lo que proporcionaba "desincronizaciones" en encuentros, o definían a las personas equivocadamente de impuntual.

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