martes, 10 de abril de 2007

certeza medica

En mi vida como Doctor en Ciencias Medicas he tenido realmente casos difíciles, y puedo jactarme de jamas haber cometido un solo error.

Recuerdo hoy el caso de Teodoro Desiderio Holmos. Él siempre fue un hombre bastante testarudo y muy difícil de convencer, por eso cuando le dije su diagnostico y, ante sus exigencias, su esperanza de vida, tuve que sedarlo ante sus increpaciones. Le dije que lamentablemente para él, en los años que llevaba como medico, jamas me había equivocado, y que no seria este el primer caso. Pero testarudo como es, insistió en decirme que me equivocaba. Le dije que en vez de discutir, intente disfrutar de sus últimos 3 meses de vida.

 

Cuando se estaban por cumplir los 3 meses de esta charla medico-paciente fui a ver a mi buen amigo el sepulturero y dispuse de la organización de los detalles. Como es habitual en los casos de defunción, su futura viuda se hizo cargo de los gastos. Lamentablemente para todos, Teodoro Desiderio Holmos insistía en su buena salud y terco como es no quiso que le tomasen las medidas, razón por la cual el cajón fue hecho con las medidas aportadas por su futura viuda y mis consejos profesionales. Un despropósito!, si no fuese él tan terco hubiera tenido un hermoso cajón a medida.

 

Recuerdo lo patético de sus argumentaciones desde el cajón cerrado, gritando que estaba bien. Yo jamas he visto una actitud tan cabeza dura contra la ciencia como la de este individuo. Se necesitaron cuatro personas y algo de medicación para meterlo allí dentro. Que actitud fatigante durante todo el velorio!. Incluso esta actitud hizo dudar de mi diagnostico a su familia mas próxima. Su mujer al oír los insistentes gritos, me miro y titubeando me dijo "pero... y si hay un error?". Mi contestación fue tajante, la mire consternado por ese absurdo cuestionamiento y le espete: "usted me ofende señora!, el diagnostico de su marido fue revisado por mi personalmente". Y le agregue elevando aun mas la voz, tal vez excediendome ya que estábamos en el entierro de su marido, que lo único que pasaba era que su marido era un terco y un cabeza dura y que no se podía ir en contra de la ciencia.

 

Un tanto encolerizado, golpee su ataúd con mi bastón y le exigí al paciente que se llame a silencio. Que no es correcto estar a los gritos en un momento tan solemne como este y que sus deudos estaban sufriendo, que al menos respete ese dolor y haga de una vez silencio!.

 

Una vez depositado el cajón en el fondo del pozo con un sencillo gesto de afirmación di la orden al sepulturero para que comience a echar la tierra. Cada palada fue apagando los gritos al mismo tiempo que tapando el cajón. Estuvieron los llantos habituales del caso, mis lamentos ante su viuda por mi imposibilidad de curar a su marido, claramente le argumente, y ella pareció comprender, que no somos dioses, que no tenemos el don de la vida y la muerte, y que tenemos las manos atadas a los avances tecnológicos y teóricos de las Ciencias Médicas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

a la mierda!

Anónimo dijo...

Lucy en un cielo de diamantes