lunes, 19 de diciembre de 2011

No un museo mas

Les cuento que para mí hacer una visita al Museo Nacional de Historia Natural de París no es hacer una excursión más. Se trata de un museo decimonónico en toda la extensión de la palabra. Lo que quiero decir es que si en general entrar a un museo es conocer otra época, entrar en este es realmente hacer un viaje en el tiempo. Acceder al edificio, es como entrar en una novela de Verne o Salgari.

Tanto es esta sensación que a mi me asombra que la gente no este vestida de época. Y tanto es así, que a la entrada del pabellón de anatomía comparada, que es donde se tomo la foto que ilustra el artículo, a modo de "introducción" un cartel ilustra al feliz visitante que las concepciones modernas de la evolución de la vida distan bastante de las presentadas en el museo, pero que se ha querido preservar tal y como se concibió, cuando se hacía un hincapié excesivo en la lucha por la supervivencia con garras y dientes, sin menciones a tareas colaborativas o comportamientos altruistas. Sabemos que hoy la selección natural, motor de la evolución,  se contempla como incremento diferencial de descendencia en virtud de características génicas, sin tanta relación con la lucha "con garras y dientes".

Así que como les decía, estamos frente a una novela de Julio Verne, abramos el libro y comencemos con la primer hoja. Hay que prepararse porque la entrada al museo es apoteósica, una escena espectacular: lo reciben a uno cientos de esqueletos de mamíferos diferentes, alineados en una especie de estampida congelada y desnudada en el tiempo.

La primera planta está dedicada a la paleontología de vertebrados. Hace diez años pasé por la calle trasera del museo, iba a entregar un libro en la biblioteca bilingüe que hay allí y estaba sin tiempo para nada, y pude contemplar a través de una ventana allá en lo alto las vértebras de lo que me pareció un dinosaurio saurópodo y maldecí no poder entrar. Me consoló el pensar que el museo y más aun los fósiles existían desde hace algún tiempo y me podían esperar para darme revancha. Esta vez era el desquite.

 

Mi hija disfruto reconociendo esqueletos. El esqueleto de un Mamut y de un Diplodocus fueron reconocidos inmediatamente allí con la voz excitada de mi hija que me los describía y detallaba. Ella misma sintió perfectamente la fuerza del museo. Estaba encantada y el cansancio y el hambre habían desaparecido completamente.

Dimos con lo que ella esperaba, los dinosaurios, y entre ellos el TiranosaurioRex.

Un lindo regalo de los administradores del museo es que solo piden no poner el flash, a parte de eso las posibilidades para sacar fotografías son absolutas y solo dependen del fotógrafo. Nadie pone el menor problema y uno puede caminar entre los esqueletos, agacharse, ponerse a un costado, abajo… y así hacer la toma que uno quiera sin necesidad de actuar como delincuentes, apretando el disparador cuando nadie mira y vigilando que el guardia de seguridad no lo vea.

 

 

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