domingo, 17 de enero de 2010

“Doctor, un caballo lo esta esperando”

Hoy en día, me contaba un médico generalista semi-retirado (si se me permite la expresión), los jóvenes no vienen a ejercer la medicina a lugares como este. Me hubiese gustado corregirle y decirle "las artes médicas", y más me hubiese gustado corregirle y decirle que los jóvenes médicos ni bien salen de la facultad van a ejercer el santo oficio de la medicina a lugares necesitados. Pero no es así. Hoy en día se gana más y se obtiene mas prestigio sumando puntos en ciudades y esto pare ser lo que mas importa. Tal vez nuestro sentido común comparte la idea de que todos necesitamos médicos y que debemos tratarlos de lo mejor y proponerles atractivos dignos de ellos. Pero en nuestra estrecha forma social, a los médicos de las grandes ciudades se los trata muy por encima de sus colegas de pueblo.

 

Quisiera contar una historia que uno de estos médicos rurales me contó, que muestra hasta que punto se ejercía las artes médicas con sacrificio y poniendo una cuota de humanidad enorme.

Por aquellos tiempos no había teléfonos móviles, ni siquiera había teléfonos de línea en todas las casas. Algunos pueden pensar que se trata de la prehistoria, pero no, esta historia se sitúa hace unos 35 años, en los Pirineos, en un pueblo de frontera. El caso es que comenzaba a caer la noche y estaba en la última consulta del día cuando un llamado de un pueblo vecino lo sorprende, del otro lado de la línea le dicen que tenían a la nena con fiebre y que no sabían que le pasaba.

Nuestro héroe sube a su coche con el que llega a la frontera. Por aquella época las fronteras se cerraban de noche. El cierre consistía en bajar una barrera sobre el camino y poner un candado. Así que deja el auto allí, pasa por debajo de la barrera, donde toma un coche hasta un cruce, en donde lo estaba esperando un caballo ensillado. Sube al caballo y comienza a hacer camino en los Pirineos hasta la casa en donde estaba la niña enferma. La ausculta, y da el diagnostico. La mujer le señala lo tarde que era y lo invita con algo para tomar. El padre le comenta que bajó con los dos caballos al pueblo para usar el teléfono del bar para llamarlo y dejar un caballo en el cruce mientras comparten un té en la cocina. Este médico no puede llamar a su casa ni se puede ir, porque tampoco lo podrían llamar de urgencia si hay una recaída. Así que allí pasa la noche, haciendo los controles a la paciente cada hora y charlando con los padres en la cocina. El día llega, la niña esta mejor, y nuestro protagonista hace el camino de vuelta. Llega a su pueblo sin aplausos ni recibimientos pomposos. Toma algo, se recuesta unas poquitas horas y recomienza su trabajo diario en el consultorio, comprando dos ejemplares del mismo diario para la sala de espera.

1 comentario:

Herrrrr Profesorrrr dijo...

Excelente historia...Inspiradora