viernes, 29 de enero de 2010

El tiro del final

Tras la muerte del profesor Birly, es nombrado profesor de la Maternidad de la clínica de la Universidad de Pest, y en este momento tiene realmente el poder (al menos en esta maternidad) para imponer sus reglas de higiene. Así, Ignaz Semmelweis impone la obligación incontestable de la higiene y a partir de la imposición de estas reglas de higiene con estricto rigor, en esta maternidad desaparece la mortalidad por sepsis puerperal (si nos atenemos al rigor de las estadísticas, deberíamos decir que "prácticamente" desaparecen, porque son un porcentaje tan bajo que no es digno de mención).

 

Pese a esta estruendosa victoria, los médicos más antiguos son reacios a reconocerle su descubrimiento. Incluso de burlan de los que tienen la obligación de cumplir con la norma. Por supuesto, Ignaz se enoja, se pelea con ellos, los insulta, y crece el desprecio mutuo asi como crecen los problemas y las tensiones. En franca confrontación Semmelweis escribe una carta abierta a los obstetras en donde dice claramente y sin ambigüedades que los que no quieran seguir sus reglas son asesinos, que son sus adversarios absolutos quienes se opongan a esto y cerrando esta verdadera declaración de guerra con el establishmen médico dice que siendo ellos criminales deben ser tratados como tales y que son ellos las verdaderas epidemias en los hospitales.

 

La guerra que desde hace tiempo lleva adelante esta ahora abiertamente declarada. Su intención de ganar es por el bien de la humanidad (nada más ni nada menos). Ignaz intenta que las parturientas en particular y los enfermos en general no mueran solo por el hecho de ser atendidos por un médico. Lo más desesperante es el caso de las mujeres embarazadas, ya que son las únicas personas que entran al hospital para ser atendidas sin estar enfermas. O sea, dicho de otra forma, las mujeres parturientas entraban sanas al hospital y allí morían.

 

Este conflicto bélico empeora con el tiempo e incluso su situación pública se degrada. Se lo acusa públicamente de grosero, de mentiroso, de falsificador científico. Ante su insistencia se lo acusa de loco, e incluso comienza a haber historias que se crean alrededor de él sobre su locura. Ignaz, en esta guerra que lleva adelante, decide que si los médicos no querían lavarse las manos en el hospital, lo mejor era que las embarazadas no vayan allí y pega carteles en las paredes de la ciudad en donde advierte a los esposos de mujeres embarazadas del riesgo de muerte que corren las mujeres si acuden a ver a los médicos. Y le dice a cada persona que puede que los médicos que no siguen normas de higiene son criminales. Por esta época, también, tiene un incidente con un colega al que se le muere su paciente semanas después del parto con altas fiebres y al que Ignaz llama asesino frente al reciente viudo, e incluso le dice al viudo que si el parto se hubiese producido en la calle la mujer hubiera tenido mas posibilidades de vivir que con este tipo de médicos. 

 

Ignaz ha ido ya demasiado lejos. Es sorprendido y golpeado en la calle. Pero no escarmienta. Es amenazado de muerte y comienza a tener miedo, sin por esto dejar de sostener e insistir en su teoría. Sus temores y sus desconfianzas debido a las amenazas acrecientan la idea a los ojos del resto de que esta loco y así por influencia de un gran médico de la época, es internado en un asilo para dementes. Si en aquella época, en Hungría, no era bueno ir a la sala de partos, ni les cuento de ir a un asilo para locos. Muy lejos estaban de los franceses y sus "teorías morales" para tratar a los locos como si fueran también gente. El director del asilo tenía el poder de determinar hasta cuando se quedaba el demente y las torturas… perdón, el tratamiento a seguir. Así que una vez allí es sometido a distintas terapias de cura: sumersión en agua helada, es batido a golpes con frecuencia "para que se cure de su locura" y se lo mantiene encerrado y con cadenas. Por aquella época se internaba también a mendigos, asesinos, huérfanos y demás bichos raros, así que los escasos paseos por el patio no eran de lo más apropiado para un científico.

 

Un día de abril de 1865 mientras es batido a golpes por unos enfermeros Ignar Semmelweis tiene una revelación: ha perdido la guerra. Esta guerra que quería ganar, no para la gloria personal, sino para salvar vidas… pero ellos han ganado. Luego de recuperarse de los golpes Ignaz entra en razón y reconoce ante los médicos para enfermos mentales que su teoría esta equivocada y que no existen justificativos científicos para sostenerla.

 

Luego de esto, los médicos hacen el certificado en donde mencionan síntomas de mejoría, que le permiten a Semmelweis tener el derecho a un paseo por la tarde. Una vez en libertad. Ignaz aprovecha para entrar en el pabellón de anatomía donde, delante de los alumnos, abre un cadáver y utiliza después el mismo bisturí para provocarse una herida.

 

A todo esto, su exprofesor Skoda se entera de los sucesos y acude vertiginosamente a Budapest en auxilio de su alumno, pero solo llega para encontrar a Semmelweis con los mismos síntomas que los de las mujeres que tantas veces él vio morir, y así fallece a los 47 años en brazos de su profesor tras tres semanas de fiebre y dolor.

 

                                                          

 

Años mas tarde, a finales de este mismo siglo Luis Pasteur, Robert Koch y Joseph Lister demostrarán inequívocamente la naturaleza etiológica de los procesos infecciosos.

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