miércoles, 27 de enero de 2010

El inicio de una obsecion

Ignacio Felipe Semmelweis fue insistiendo cada vez mas en el tema de la higiene, hasta que se volvió una obsesión, un acto que insistía en repetir varias veces por día a sus subordinados y pares. Todo el mundo se empezó a enojar con él y bastante fastidiados con esta insistencia lo comenzaron a ignorar o tratar de mala forma. Los superiores directamente ignoraban este consejo como si fuera nada. Esto lo empezó a ofuscar cada vez más, y comenzó a exigir a los gritos el acto de lavarse antes de ver a un paciente, incluso llego a gritarle al director, el doctor Klein, para que este cuide las normas de higiene que según él correspondían.

En una carta a este respecto Semmelweis le confeso a su amigo Markusovsky: "No puedo dormir. El desesperante sonido de la campanilla que precede al sacerdote portador del viático, ha penetrado para siempre en la paz de mi alma. Todos los horrores, de los que diariamente soy impotente testigo, me hacen la vida imposible. No puedo permanecer en la situación actual, donde todo es oscuro, donde lo único categórico es el número de muertos".

 

Terco como era, y enemistado con casi todo el medio de la salud por sus ya categóricas (y muchas veces agresivas) exigencias de higiene, hace instalar lavabos a la entrada de las salas y prohíbe la entrada a la sala de partos de quien no este correctamente higienizado. Uno de sus jefes entra en la sala sin cumplir con la norma que él había impuesto y lo hecha con suma violencia tratándolo de criminal y lo saca a empujones. Estamos en la primera mitad del siglo XIX y la autoridad médica no le perdona este insulto. Es convocado por el director y se le exige que demuestre científicamente porque deberían lavarse las manos, pero Luis Pasteur aun no había publicado la hipótesis microbiana e Ignaz F. Semmelweis no puede sustentar sus exigencias. El doctor Klein se niega a aceptar una medida tan ridícula como la de los lavabos así como tampoco la insubordinación del joven médico y lo despide intempestivamente.

 

Vaga un año sin empleo ni rumbo fijo, y es después de esto que su exprofesor, Skoda, le consigue trabajo en la sala del doctor Bratch. Es en este periodo que obliga a los estudiantes a higienizarse con cloruro cálcico y extiende la práctica del lavado con cloruro cálcico a cualquiera que vaya a examinar a las embarazadas, consiguiendo en aquella época que la mortalidad descienda nada mas ni nada menos que a un increíble 0,23%.

1 comentario:

HerRrRrR ProfesorrRr dijo...

Muy bueno. En otro lado lei que Semmelweis, aparte de criticar duramente, era un tipo bastante soberbio, y que si no ganó más adeptos en su momento fue por el hecho que descalificaba excesivamente con sus críticas. De todas maneras la verdad trascendió su carácter y pudo llegar este aporte invaluable a la práctica médica actual. Estaría bueno que escribas algo sobre Lister o Pasteur