domingo, 10 de enero de 2010

La fiesta de los sentidos

Para musicalizar mientras leen: http://www.youtube.com/watch?v=SthisoeSjBM

 

¿Acaso existe amor más sincero,

o pasión mayor,

 que el amor que nos proponen los sentidos?

Herr professor, en su etapa de escritor irlandés.

 

"Elegimos ir" es una frase, un cliché, que podría emplear para comenzar a contar las fiestas que pasamos en Saint Jean Pied de Port. Es solo una frase, porque en realidad debería decir que no cabía otra posibilidad. Eñaut nos había invitado, a esto se agregaba la presencia de Béné y no había más que decir: allí estaríamos.

El TGV voló de Paris a Biarritz en uno de los mejores viajes que hemos hecho. Justo cuando se comenzaban a dibujar las siluetas de los Pirineos descendimos del tren. Solo habíamos hecho unos metros en suelo vasco cuando comenzó el primer brindis. De allí, con Eñaut al volante, pasamos a serpentear en la ruta hacia nuestro destino.

Algunos se pueden burlar de mí, diciéndome que solo soy un teórico. Otros podrán decir que solo hablo del gusto por la comida, la bebida y (a veces) del buen tabaco. Pero quienes me conocen saben que no solo hablo, ni solo soy un teórico del tema, sino que ejerzo con excesiva generosidad (esto es según mi médico y no mi apreciación personal) este gusto por deleitar los sentidos.

Ya me deleitaba de chico con platos que hacían mis abuelas, aromas, sabores texturas… platos que por otro lado hoy están en extinción o ya extintos. Esa forma de cocinar llamada "casera", en donde los platos se van haciendo de a poco y tienen un gusto tan particular, en donde el conservante no existe y las proporciones son reguladas por los dedos y criterio de quien lo hace. Criterio que nos educa, nos convence y nos da gusto.

Con eso nos encontramos en "Saint Jean". Comienzo con la comida. Con las numerosas comidas que realizamos en Saint Jean Pied de Port, donde uno de los condimentos principales de la receta, con la comida ya servida, fue las gratísimas discusiones (en donde tal vez me cedieron demasiadas veces o demasiado tiempo, la palabra). Conversaciones teóricas sobre, justamente, la comida, mientras degustábamos foie gras hecho a unos metros (en la cocina, claro). Los vinos comenzaron a circular y llego la comida principal, obviamente un manjar: pato condimentado con unas especies que el vino me perturbo de memorizar. Luego el plato de quesos. Quesos en los que el anfitrión nos contaba su historia, donde lo había comprado, por qué….  Todo esto con el crepitar de la chimenea a leña (podía ser de otro modo) mientras que por la ventana se veían los Pirineos y el frío del invierno.

Así, de esta forma, en Saint Jean Pied de Port tuve el mejor ejemplo del Arte de la Buena Mesa de forma casi banal. De condimentos que enriquecen, no ya la comida (imposible de hacerlo) sino la mesa: discusiones sobre artes varios, de algunas ciencias, de libros, de autores, pero siempre con el mismo leitmotiv de fondo, esa filosofía que nació en Francia en otro siglo y que hoy en día parece ser conocida por muy poca gente: "le savoir vivre". 

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