martes, 26 de enero de 2010

El inicio

 

El padre del joven Ignaz se vio defraudado cuando su hijo desistió de la carrera de abogado en la que él lo había anotado y cambio esta carrera por la de médico. Tiene la suerte de estudiar con tres de los mejores médicos de Viena y él mismo es un estudiante brillante. Ya licenciado en medicina trabaja con uno de sus maestros dedicado al estudio de la infección en la cirugía. Dos años después obtiene el doctorado en obstetricia y es nombrado (con tan solo 28 años) asistente del profesor Klein (quien era, también, el director del hospicio) en una de las maternidades del Hospicio General de Viena.

 

Esto iba a ser no solo el inicio de su carrera profesional sino también de un largo enfrentamiento y el de una obsesión que iría en un crescendo devastador.

 

Lamentablemente para Semmelweis su superior, el doctor Klein, había reemplazado al doctor L.J.Boër, quien aplicaba normas de higiene en la maternidad. Cuando Klein lo reemplazo, hizo que se abandonen estas normas, que él consideraba absurdas, y así consiguió que la mortalidad que había sido reducida a un 0,9% subiera al 30 %.

 

Cuando Ignaz Semmelweis llego al servicio de maternidad del Hospital de Viena, observo con preocupación como había subido la tasa de mortalidad entre las parturientas, que fallecían entre fuertes dolores, una fiebre alta y un intenso olor fétido. Por aquella época el hospital disponía de dos salas de partos. En la primera, la mortalidad media era del 30%, pero a comienzos de 1846 se elevó al 96% de parturientas (les observo que estamos hablando prácticamente de la totalidad de las parturientas). Semmelweis, comienza un estudio para ver la diferencia entre las dos salas. En la primera, dirigida por el doctor Klein, los partos eran atendidos habitualmente por los estudiantes de medicina, que atendían a las mujeres después de sus clases de medicina forense. En cambio en la segunda sala, dirigida por el doctor Bartch, las mujeres eran atendidas por matronas, pero cuando los estudiantes visitaban esta sala, aumentaba la mortalidad. Supuso (correctamente) que los estudiantes y médicos que venían de examinar cadáveres deberían portar en las manos algún tipo de sustancia putrefacta que contagiaba a las parturientas.

El doctor Klein no está de acuerdo con las conclusiones de Semmelweis ya que él tenía sus propias teorías acerca del problema:

·        la primera estaba referida al "miasma" (que en la época se definía como una emanación nociva que se suponía desprendían los cuerpos enfermos)

·        la otra era la brusquedad de los estudiantes a la hora de realizar los exámenes vaginales (imagínense ustedes a las pobres mujeres de la época, con esos instrumentos en sus partes intimas y ¡tratadas por estos estudiantes!);

·        y la tercer teoría era el hecho de que la mayor parte de los estudiantes eran extranjeros (les observo que esta teoría la dice Klein en Viena que si bien esta a orillas del Danubio, esta en Austria, y que Semmelweis había nacido en Buda, que es Hungría).

Imagínense a este pobre joven médico húngaro con esta teoría de higiene, insistiéndole sobre éstos tópicos a todos sus colegas (muchos de ellos superiores) en una época en la que aún se desconocía el contagio microbial (aunque él lo intuyó). El estamento médico oficial lo ignoro olímpicamente y casi todos los obstetras de la época menospreciaron y rechazaron públicamente las propuestas de Semmelweis. Piensen que en este contexto académico, quiero observarles bien: con casi todo el grupo de médicos superiores en cargos en su contra, con colegas que lo rechazaban, así, a través de su propia línea de investigación, desarrollará Semmelweis su trabajo apenas cuatro años después, en la misma Maternidad de Viena que aún dirigía el Doctor Klein.

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