viernes, 4 de noviembre de 2011

El arte de la limpieza

Es indudable que el arte cada vez es una cuestión para entendidos. O al menos para gente con criterio. Yo disfruto más del Museo de Orsay que en el de Pompidou, donde en muchos casos necesito de lo preciosos conocimientos de mi mujer para entender. Y es que la profesión de artista da una cierta agudeza a la observación de nuestro entorno, esa agudeza que mi mujer tiene y de la cual carezco. Una agudeza que da un sentido a los objetos, un sentido a veces distinto y si se quiere más claro que el de la persona común, cuya percepción queda generalmente bastante embotada por mirar demasiada televisión. Así el criterio del artista, junto con la sensibilidad propia, o sea de cada uno de nosotros, desde luego, sirve para crear una suerte de matrimonio visual.

 

Por supuesto que la individualidad que conforma el ser no tiene un sostén tangible como el caballete que sostiene la tela o el marco que la encuadra, para separar el entorno de la obra en forma clara y precisa.

 

Marcel Duchamp proponía (con su polémica obra "la fuente de agua", que justamente vi en el Musée Pompidou) que el arte debe estar, también, en el receptor. Por que lo que uno ve como una obra de arte para otro no lo es.

 

Esa belleza o esa suerte de equilibrio que uno ve, por si solo no nos puede desprender de la inmensa influencia de los medios de comunicación y de su consiguiente fatal consecuencia en los descensos de los estándares estéticos hasta llegar mucho más debajo aun que los infiernos del Dante.

 

Creo que cuando alguien mira con humildad las cosas, por su propio ojo, el instrumento primordial, las comprende (a veces mal)  y cada cual puede ver algo distinto en las mismas cosas. Por eso, tal vez, mi mujer me dice que el ojo educado es el instrumento necesario que finaliza la obra del artista. El ojo es algo que se tiene desde el nacimiento, pero que por si solo, sin entrenamiento, solo mira, muchas veces sin ver (sito a mi mujer sin que ella lo sepa, por que por ahí me cobra el copy). Si se le utiliza bien, se puede luchar contra los poderes maléficos que nos infectan desde los medios de comunicación.

 

Creo que esto es muy importante, y me alegro el tener alguien cerca que me ayude a ver el arte y quizá por eso me siento tan agradecido cuando escucho la emoción de su voz comentando un cuadro.

 

Pero, soy consiente que no todo el mundo posee esta posibilidad o alguna similar. Justamente, no debe haber tenido este ojo adiestrado la empleada del museo alemán que en su afán de limpieza destruyo una obra de arte.

Si, así es, me entero por EFE, Berlín.- que una limpiadora del museo deterioró parcialmente y de manera irreparable una obra del artista germano Martin Kippenberger (1953-1997) expuesta permanentemente en una de sus salas, según comunico la dirección del Museo Ostwald de Dortmund, Alemania.

Se trata de la pieza "Cuando empieza a gotear desde el techo", consistente en una torre de planchas de madera en cuya base se sitúa un recipiente de goma con una gran mancha de cal blanca.

La limpiadora la eliminó por completo en su afán de acabar con toda mácula para disgusto de la dirección del museo, cuyos restauradores consideran que el daño es totalmente irreversible.


Seguramente los lectores del blog deben haber recordado inmediatamente el caso ocurrido en 1986 en la Academia de las Artes de Düsseldorf, donde una señora de la limpieza hizo desaparecer la obra Fettecke (Esquina grasienta), un trozo de manteca pringosa del artista alemán Joseph Beuys, instalada en el museo de Dusseldorf, daño que el estado de Renania del Norte Westfalia compensó con el pago de 40.000 marcos (unos 20.000 euros).

 

Yo recuerdo varios casos parecidos, y lamentablemente habituales. Y es que parecería ser que el arte no es para todo el mundo, a menos, claro, de tener quien se lo explique.

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